¡Oid y entended!


Las enseñanzas de Jesús cubren todos los aspectos de la vida humana. Estas enseñanzas serán siempre confrontativas. ¿Por qué? Porque sacarán a la luz lo que haya en nuestro corazón. Consideremos, por ejemplo, el relato de Mateo 15:1-20, el cual destaca el tema de lo que “contamina a una persona”. Todo el ministerio de Jesús estuvo rodeado de dos cosas mayores: 1) los que recibían su mensaje; y 2) los que le criticaban y rechazaban.

(Creo que eso sigue siendo el patrón hoy día).

Sus mayores críticos fueron aquellos que querían definir la “espiritualidad” en base a rituales y ceremonias. Es decir, cumplir con “ciertas cosas” u obras religiosas, pero sin dar lugar a un cambio genuino del corazón. Este tipo de personas se caracterizan por:

1) estar pendientes de lo que hacen otros para juzgarlos y condenarlos, de acuerdo a su propio criterio;

2) interpretar y aplicar la creencia en Dios a su conveniencia;

3) pasar por alto lo que es esencial para una sana y productiva convivencia: el amor, el perdón, la gracia y la misericordia.

Jesús siempre aprovechó la situación (en medio de la crítica) para traer estos principios de vida:

1) ¡Oíd y entended! Es significativo que el término “oír” y el término “obedecer” tienen la misma raíz etimológica en el hebreo. Si uno no oye correctamente una enseñanza, no la va a entender, ni mucho menos la obedecerá. Ese era el problema esencial de los fariseos y escribas; y también de muchos creyentes, que, aunque han aceptado a Cristo como Salvador, viven bajo un “código de vida” diferente a lo que enseña la Palabra;

2) El problema del ser humano es, esencialmente, un problema del corazón (ser interior). Lo que “sale de su corazón”, definirá cuál será su conducta: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (15:19). Por eso es que también las Escrituras enfatizan lo siguiente: “pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón” (1 Samuel 16:7b).

3) El que no está dispuesto a que Dios le abra los ojos, seguirá siendo ciego, soberbio, e influenciando a otros de manera equivocada: “Dejadlos, son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo” (15:14). Los discípulos de Jesús notaron que los fariseos se habían ofendidos con lo que Jesús les dijo (ver v.12).

¿Por qué Jesús les respondió: ¡Dejadlos!? Porque no mostraron ninguna intención de cambiar; ni siquiera de considerar la enseñanza recibida para evaluarse a ellos mismo. La Palabra del Señor siempre confrontará nuestras percepciones y manera de vivir; y eso nos provocará en muchas ocasiones: dolor, molestia, que nos llevará a dos decisiones: arrepentimiento o endurecimiento. Lo que resulte, será bendición para mi vida y la de los que me rodean, o tropiezo para mí mismo y los que me siguen. 4) El pecado en el corazón humano es la peor contaminación de todas. Por eso la prioridad del Cirujano divino es producir en nosotros un nuevo corazón: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:26,27).

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